viernes, 9 de marzo de 2007

El barril de amontillado

El barril de amontillado (título original en inglés: "The Cask of Amontillado"), también conocido como El tonel de amontillado, fue publicado por primera vez en 1846.


ARGUMENTO

En plenos carnavales de alguna ciudad italiana del siglo XIX, Montresor busca a Fortunato con ánimo de vengarse de una pasada humillación. Al hallarlo ebrio, le resulta fácil convencerlo de que lo acompañe a su palazzo con el pretexto de darle a probar un nuevo vino. Lo conduce a las catacumbas de la casa, y allí consuma su venganza.


ANÁLISIS

El barril de amontillado (1846) es uno de los relatos de la etapa final en la vida de Poe, escrito sólo poco tiempo antes del inicio de su declive definitivo, marcado por la muerte de su esposa, Virginia Clemm, en enero de 1847. Una primera lectura del relato ya nos revela dos aspectos fundamentales. El primero, su perfección narrativa: el autor en ese momento era dueño de todas las herramientas y resortes de su oficio; el segundo, que había culminado en él un largo proceso de desencanto vital y degradación moral, si bien esto último, evidentemente, no iba en menoscabo de la excelencia artística, sino más bien al contrario.

Se trata de la historia de una horrible venganza, si es que alguna no lo es. ¿Qué pudo mover al autor a su composición? Nos encontramos, desde luego, a años luz del muchacho genial que había escrito vaporosos poemas románticos en los que retrataba un mundo ideal de palacios encantados y bellísimas heroínas ultraterrenas. La maligna inteligencia, el humor negro, la punzante ironía, y hasta el sadismo gratuito en la conducta del vengador Montresor, revelarían en su autor, probable aunque no necesariamente (pero hemos de tener en cuenta, decimos, el momento y las circunstancias en que el relato fue escrito) grandes dosis de dolor y frustración mal asimilados, una aguda conciencia de fracaso, así como, acaso, la voluntad de dejar al porvenir algún terrorífico mensaje subliminal, y todo bajo un tratamiento acusadamente alegórico.

Por el tema de la venganza, por el personaje del bufón y alguna otra coincidencia, existe otro relato del final de su carrera que es hermano de éste. Se trata de Hop-frog, el último que escribió y en el que un Poe ya definitivamente cansado y desairado por la vida y sus penurias, y no poco por sus críticos —aquellos que le criticaban a él y los que él mismo había vilipendiado de lo lindo—, se aparta voluntariamente de sus grandes hazañas artísticas e intelectuales —de la invención del relato policial y de ciencia-ficción, de El coloquio de Monos y Una y El poder de las palabras, con su apabullante metafísica sensible, del admirable muestrario del horror por el horror que representan El gato negro, La verdad sobre el caso del señor Valdemar, El pozo y el péndulo o El corazón delator—, para entregarse nuevamente, como en El barril de amontillado, a un lamentable, aunque en modo alguno torpe, simulacro de venganza, la única finalmente en su mano.

Se conocen muchas y variadas interpretaciones, incluso psicoanalíticas (son sumamente habilidosas las debidas a la tratadista freudiana Marie Bonaparte), tendentes a interpretar las fechorías del malvado Montresor. De lo menos que ha sido calificado el personaje en sí mismo, así como el autor por inventarlo, es de loco, sociópata o degenerado. Pero todas esas interpretaciones dejan fuera lo más importante, por tratarse de una obra literaria: las indudables virtudes artísticas, tanto de estilo como de estructura narrativa (una expresión que seguramente a Poe le hubiese agradado), que atesora el relato.

El barril de amontillado es un cuento maestro del género de suspense. No se puede ser tan moderno en 1846. Tampoco puede generarse tanto dramatismo con tan pocos recursos, con elementos tan ligeros. En cuanto a la musicalidad, una faceta de los relatos de Poe que no se ha estudiado suficientemente, debe destacarse la asombrosa habilidad con que delineaba el escritor las curvas de interés dramático, la atenuación, el tempo llano, el crescendo, hasta la culminación, el clímax; en el caso que nos ocupa, más bien una "vía muerta".

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