viernes, 9 de marzo de 2007

El corazón delator

El corazón delator (título original en inglés: "The Tell-Tale Heart"), también conocido como "El corazón revelador", cuento del escritor estadounidense Edgar Allan Poe, publicado por primera vez en el periódico literario The Pioneer en enero de 1843. Poe lo republicó más tarde en su periódico The Broadway Journal, en su edición del 23 de agosto de 1845. Fue uno los cuentos que inauguró el llamado terror psicológico.


ARGUMENTO

Un joven empleado comienza a obsesionarse con el ojo ciego del anciano con el cual convive. Su visión termina resultándole insoportable, hasta que una noche pone fin a su vida. La policía acude a investigar. Finalmente, el propio asesino sufre una espantosa alucinación que sirve para rematar la historia.

ANÁLISIS

¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. Pero, ¿por qué afirman ustedes que estoy loco?

Sobre todo por el inaudito empleo que se hace de la primera persona narrativa, he aquí el comienzo del primer gran cuento de terror psicológico que se ha escrito. De apenas siete páginas, obra maestra del relato corto por su carácter de clásico mil veces imitado. Clásico también por sus virtudes y sencillez narrativas, es decir, por la pasmosa economía de medios (según el criterio de Julio Cortázar) de que hace gala, por la mesura y proporción entre sus elementos, por lo ajustado de su ritmo narrativo: en el cuento ni sobra ni falta una coma. Y clásico, en suma, por su intemporalidad: únicamente se detecta un rasgo en todo el texto que lo asigna a una época, lugar o cultura determinados: ese tipo de linternas sordas con cierres metálicos, lógicamente pasó a la historia hace mucho.

Los escasos personajes también participan de esa curiosa indeterminación o desubicación: son todos anónimos, no se ofrece dato identificatorio alguno sobre los mismos. Tampoco de lugar o de tiempo, por todo lo cual el relato se lee hoy igual que cuando fue escrito, hace más de ciento cincuenta años.

Pero si hubiese que destacar algún aspecto sería la habilidad de su autor para hacer que resulte tan cercana y verosímil la malsana personalidad del asesino, su perversidad exhibicionista (en todo momento se está dirigiendo a un público imaginario de contemporáneos, que no es exactamente el típico "lector"), perversidad que, desde el primer momento, apoyada en la novedosa primera persona narrativa, se apropia y enseñorea de todo el relato. Poe logra que el lector se sienta sobrecogido ante dicha psicología -por utilizar un término que hoy encaja muy bien en la historia de la literatura-, y lo hace, con subyugante perversidad, mediante la acumulación de rasgos reconocibles como malignos, pero mezclándolos con aquellos que definirían a una mente, digamos, normal.

El asesino razona con tan llamativa claridad. Su único defecto es esa extraña obsesión que lo domina. ¿Acaso actúa como una bestia inhumana? ¿Se nos presenta en todo momento como un loco de atar? Su enfermedad, de entrada, no parece mucho más grave que la simple y cotidiana neurastenia presente en cualquiera de nosotros. El cuidado con que procede, su cautela, su meticulosidad neuróticas, no se enuncian simplemente: son plasmados con todo lujo de detalles por el autor. Diríase que Poe buscaba que el lector llegara a pensar: esta es, a no dudar, la manera en que yo mismo me desenvolvería, llegado el caso de perder la cordura...

En cuanto a la propia ejecución, el estilo, se advierte pronto que el autor, aparte de narrador, fue poeta de importancia. Su agudo sentido para los detalles se demora a voluntad en determinados pasajes o elementos, logrando un poderoso efecto rítmico, musical, y de amplificación, que contribuye en gran manera a otorgar fuerza y verosimilitud a la historia. Por ejemplo, el levísimo quejido de terror del viejo al notar que le vigilan en la oscuridad; el repentino enfurecimiento del asesino al abrir la linterna y contemplar de nuevo el ojo ciego:

Estaba abierto, abierto de par en par... y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado, y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano.

De igual modo, la insensata pretensión de escuchar el latido de otro corazón a distancia, se convierte al final en leit motiv que va generando un crescendo, emocional y expresivo (que también encontramos en otros de sus grandes relatos como El barril de amontillado, El pozo y el péndulo, La caída de la casa Usher, etc.), para rematar espectacularmente la historia. El autor podía, por ejemplo, haber otorgado en ese momento un papel más importante a los agentes que investigan; podía incluso haber elegido al gran Auguste Dupin (su gran creación detectivesca) para resolver el misterio. Hubiese sido un error, tal y como están planteadas las cosas: trató a los policías de meros comparsas.

Dentro de la aparente sencillez de la historia, parece ser, pues, esa cualidad musical, unida a la intensificación de ciertos, muy precisos, pormenores de la trama, en menoscabo de otros, lo que refuerza hasta tal punto, hoy igual que hace siglo y medio, su gran poder de fascinación.

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